La depresión mayor es, junto con los trastornos de la ansiedad, el tipo de trastorno mental más frecuente a nivel mundial. Tristeza, ausencia de placer, desesperanza, pasividad, enlentecimiento… son algunos de los síntomas más conocidos de este trastorno. Afortunadamente, se trata de una alteración que cursa en forma de episodios que no forma parte de la manera de ser de la persona que lo padece.
Sin embargo, existen personas en quienes la depresión es algo más permanente. De hecho, algunas personas que ven y actúan en el mundo bajo un manto de pesimismo y rendición vital, llegando a configurarse estos aspectos como rasgos de personalidad. Nos referimos al trastorno depresivo de la personalidad, del que vamos a hablar a lo largo de este artículo.
Recibe el nombre de trastorno depresivo de la personalidad aquel patrón de comportamiento, pensamiento y percepción de uno mismo, los demás y la realidad continuado a lo largo del tiempo y a través de diversas situaciones, adquirido a lo largo de la vida y caracterizado por la presencia persistente de un patrón de personalidad de rendición y pesimismo.
Las personas que padecen este trastorno de personalidad se caracterizan por elevados niveles de pesimismo y fatalismo, siendo evidente una intensa sensación de desesperanza independiente de los sucesos que se experimenten.
Es habitual que las personas con el trastorno depresivo de la personalidad presenten una autoimagen distorsionada y se perciban como inútiles, con un temperamento con tendencia a la melancolía y al abatimiento.
Muestran también elevados niveles de indefensión aprendida, a menudo sintiéndose desvalidos e insignificantes y considerando que nunca serán felices ni válidos. Además de ello, no es raro que perciban a los demás como personas despreocupadas e irresponsables.
Estaríamos ante personas con una personalidad introvertida, con tendencia a estar más bien desvinculadas y manteniendo cierto nivel de pasividad vital (tienden a amoldarse a las situaciones y no a intentar generar un cambio en ellas), y más centradaos en la evitación del dolor o de posibles vivencias aversivas que en la búsqueda de gratificación. Están constantemente visualizando y preparándose para lo peor, aunque más que hacerlo activamente tienden a presentar un afrontamiento por resignación.
En su mayoría, estamos ante sujetos a quienes les gustaría vivir de otra manera y que tienden a hiperresponsabilizarse de las cosas y a censurarse de manera contínua. Suele existir cierta tendencia al catastrofismo y no es frecuente que manifesten un gran sentido del humor.
Además suelen ser desconfiados y tener dificultades para relacionarse y relajarse. Frecuentemente tienen conductas ascéticas, privándose de estimulación agradable y de reforzamiento. Pese a ello temen ser abandonados y suelen necesitar y pedir muestras de cariño y afecto (incluso hasta el punto de manifestar dependencia emocional).
Todos estos elementos influyen en gran medida en su salud a nivel emocional e incluso físico. No es raro que presenten episodios depresivos, llanto frecuente, apatía, sentimientos de vacío, poca ilusión, irritabilidad y rabia. Asimismo suelen padecer cierto enlentecimiento tanto físico como mental, fatiga continua y poca iniciativa.
La distimia: diferencias entre ambos diagnósticos
Observando los síntomas típicos del trastorno de personalidad depresiva, es posible que a muchas personas les parezca semejante y difícilmente distinguible del trastorno depresivo persistente o distimia. Y es que en esta alteración observamos un estado de ánimo triste durante la mayor parte del tiempo y casi todos los días durante al menos dos años, con sentimientos de desesperanza, baja autoestima, dificultades para obtener satisfacción y falta de energía y de capacidad de toma de decisiones. Suelen aparecer también alteraciones en alimentación y sueño.
Pero, aunque esta descripción recuerde en cierta medida a la personalidad depresiva y en realidad personas con este tipo de personalidad tienen mayor tendencia que la media a padecer una depresión mayor o un trastorno distímico, lo cierto es que no estamos ante la misma etiqueta diagnóstica: distimia y trastorno depresivo de la personalidad tienen algunas diferencias que las hacen distinguibles.
En primer lugar hay que tener en cuenta que la distimia es un trastorno del estado del ánimo que puede aparecer en cualquier momento de la vida, pero que no forma parte de la personalidad del paciente en sí. Supone un cambio cualitativo considerable para la persona que lo padece y tiende a generar un sufrimiento considerable.
Sin embargo, en el caso del trastorno depresivo de la personalidad nos encontramos ante una manera de interpretar e interactuar el mundo consolidada a lo largo de la historia vital del sujeto: se trata de su forma de ser y ha sido así durante buena parte de su vida.
Asimismo, en el trastorno de personalidad depresiva se observan la presencia de rasgos de carácter que no tienen porqué aparecer en la distimia: reactividad al estrés, poca extraversión (menor que en el caso de los trastornos depresivos), más evitación de daño y una elevada labilidad emocional. Son también rígidos y toleran muy mal la incertidumbre y la ambigüedad.
Finalmente otro elemento diferencial se puede encontrar en la sintomatología. La personalidad depresiva incluye elementos principalmente cognitivos, emocionales y relacionales. Sin embargo en la distimia aparecen también componentes de tipo somático, incluyendo alteraciones en el sueño y la alimentación, que no son características de la primera.
El trastorno depresivo de la personalidad no tiene una única causa, sino que estamos ante un fenómeno multicausal. Si bien no se conoce un motivo o causa clara, lo cierto es que diferentes autores han hallado distintos factores que pueden tener una influencia destacable.
Una de estas causas es la indefensión aprendida a lo largo de la vida: el hecho de que durante toda nuestra vida hayamos visto que nuestras acciones y reacciones no generan un resultado que permite evitar el sufrimiento y lograr el placer hace que se acabe por asumir que no existe tal posibilidad.
Vinculado a este hecho podemos encontrar la percepción de no ser aceptado o querido, tanto en el ambiente familiar como en el social. Un apego no seguro hacia las figuras de referencia suele generar gran inseguridad y sensación de soledad, cosa que puede llevar a una búsqueda activa de aislamiento y a la pérdida de la esperanza de lograr afecto real. Por otro lado puede darse un condicionamiento si la única manera del menor de tener afecto es la manifestación de tristeza o desesperanza.
Tal y como ocurre con el resto de trastornos de personalidad, el tratamiento del trastorno depresivo de la personalidad es complejo y prolongado en el tiempo; recordemos que consiste en modificar la configuración de la persona, su modo de ver y entender el mundo que ha ido adquiriendo a lo largo de toda la vida.
Los objetivos fundamentales del tratamiento pasarían por tratar de reducir el nivel de desesperanza y aumentar el de actividad, el de proactividad y el de búsqueda de sensaciones placenteras. También se requiere mejorar el estado de ánimo y los sentimientos de autovalía y modificar las creencias derrotistas y de indefensión.
Para lograr estos objetivos pueden emplearse muy diversas técnicas. Entre ellas resulta de gran utilidad el entrenamiento en asertividad y en habilidades sociales. Otro elemento fundamental es la reestructuración cognitiva, que tiene el fin de modificar las creencias disfuncionales anteriormente mencionadas. El autorregistro de pensamientos para posteriormente intentar elaborar una interpretación alternativa de la realidad es un elemento que puede ayudar en gran medida.
La terapia asistida con animales o el hecho de enseñar a alguien pueden aumentar su percepción de competencia y mejorar la aceptación de sí mismos y de los demás. Al igual que se hace en el trastorno depresivo mayor, la terapia cognitiva de Beck o la terapia de actividades agradables de Lewinsohn favorecerían también una actitud más proactiva y una mejora en el estado del ánimo. Asimismo el mindfulness podría ayudar a que se centraran en la experiencia actual y disminuyera el nivel de expectativas negativas sobre el futuro.
En la actualidad, el trastorno depresivo de la personalidad no se encuentra contemplado en los dos principales clasificaciones diagnósticas de los trastornos mentales, el DSM y la CIE, si bien en versiones anteriores del primero fue añadido como trastorno en estudio para una posterior posible incorporación.
Además de esto también aparece en la clasificación de Millon, autor de un modelo referente en lo que respecta a los diversos tipos de personalidad y los denominados trastornos de la personalidad.
Un aspecto en que es importante hacer una reflexión es sobre el hecho de que este y otros trastornos de la personalidad son maneras de funcionar y ver el mundo que tienen distintas personas. De hecho, todos tenemos la mayoría de rasgos de cualquier tipo de trastorno en mayor o menor medida: la diferencia entre una personalidad normativa y una considerada “trastorno” es más bien una cuestión de grado -siendo muy extremos y exacerbados determinados rasgos en el segundo caso.
Asimismo, el hecho de que sean considerados como trastornos se deriva del hecho de que generan un elevado nivel de sufrimiento o limitan en menor o mayor medida la vida del propio sujeto y/o de su entorno, o no permiten la adaptación a otros entornos diferentes al de origen (hay que tener en cuenta que en determinados contextos una personalidad considerada patológica podría ser adaptativa).
Irastorza Eguskiza, L.J. (2012). Personalidad depresiva: concepto y diferenciación. Diagnóstico diferencial entre trastorno de personalidad depresiva y distimia. Tesis doctoral. Universidad Complutense de Madrid.
Millon,T. & Davis, R. (1996) Disorders of personality: DSM-IV and beyond (Zd. Ed.). New York: Wiley.
Millon, T., Davis, R., Millon, C., Escovar, L., & Meagher, S. (2001). Trastornos de la personalidad en la vida moderna. Barcelona: Masson.
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