La lepra es una enfermedad muy conocida por sus llamativos síntomas, que incluyen la aparición de llagas y otras lesiones en la piel o la pérdida de partes de las extremidades a causa del deterioro de los tejidos. No obstante, existen muchos mitos y falsas concepciones en torno a la llamada “enfermedad de Hansen” que venimos arrastrando desde tiempos antiguos.
En este artículo vamos a describir de forma detallada qué es la lepra, cuáles son sus síntomas y sus causas, cómo se contagia y qué tratamiento se emplea en estos casos. Además definiremos los tres tipos principales de esta enfermedad: la lepra tuberculoide, la lepromatosa y la indiferenciada.
La lepra es una enfermedad infecciosa que lesiona la piel, los nervios periféricos, los ojos y la mucosa de la parte superior del tracto respiratorio. Los daños en la piel, que consisten en la presencia de llagas, bultos y sarpullidos, son el signo más característico de este trastorno.
La causa de la lepra es la infección de la bacteria Mycobacterium leprae. En cuanto a la clasificación de este microorganismo dentro del reino de las bacterias, podemos decir que se trata de un bacilo (esto es, tiene una morfología alargada y similar a la de un bastón) y de una bacteria aerobia (requiere oxígeno para obtener electrones y por tanto energía).
La lepra también es conocida como “enfermedad de Hansen” porque la relación entre este trastorno infeccioso y la bacteria Mycobacterium leprae fue descubierta por un médico noruego llamado Gerhard Armauer Hansen en el año 1873 (Irgens, 2002).
La lepra ha sido conocida (y experimentada) por los seres humanos desde tiempos muy remotos: grandes civilizaciones de la Antigüedad, como los egipcios, los indios o los chinos, temían esta enfermedad y la concebían como un trastorno médico imposible de curar y altamente contagioso.
No obstante, y si bien es cierto que se puede contagiar a través de la tos y del contacto con los fluidos nasales de una persona infectada, en realidad la lepra no es una enfermedad especialmente contagiosa (Suzuki et al., 2012), si la comparamos con otras alteraciones de tipo infeccioso.
Se calcula que en la actualidad se identifican algo menos de 200 mil casos de lepra en todo el mundo cada año; sin embargo, prácticamente todos los casos se dan en un pequeño número de países de África, Asia y América del Sur, entre los que destacan Brasil, Indonesia o Tanzania, entre otros (Organización Mundial de la Salud, 2014).
Es importante destacar el hecho de que en la década de 1960 el número de personas afectadas por la lepra se contaba por decenas de millones (Rodrigues y Lockwood, 2011). En este sentido, instituciones internacionales como la OMS han jugado un rol fundamental en la reducción de la prevalencia de la enfermedad de Hansen.
Tras la infección por parte de Mycobacterium leprae, los síntomas de la enfermedad de Hansen tardan por lo general entre 3 y 5 años en empezar a manifestarse. Tras el periodo de incubación (que de hecho puede extenderse incluso 20 años) los signos de la lepra empiezan a mostrarse de forma progresiva. Esto puede dificultar el diagnóstico de la enfermedad.
Como hemos dicho previamente, los síntomas de la lepra afectan a la piel, los nervios, los ojos y el sistema respiratorio. Si bien los dos primeros tipos de lesión son los más habituales, la frecuencia de los daños en la mucosa de los ojos y en la de las vías respiratorias superiores también es elevada.
Las lesiones en la piel son el signo más característico de la lepra. Así, la mayor parte de personas identificamos esta enfermedad por la aparición de llagas, erupciones y bultos que desfiguran la piel -elementos representados con frecuencia en obras de ficción-, además de por el posible acortamiento de los dedos debido a la pérdida de tejidos y a la reabsorción del cartílago por parte del cuerpo (Ryan y Ray, 2004).
Por otra parte, y en lo que se refiere a los síntomas neurológicos de la lepra, los daños en los nervios periféricos pueden causar debilidad muscular y pérdida de sensibilidad en los brazos y en las piernas.
Si no se trata de forma adecuada, la infección del Mycobacterium leprae puede causar lesiones permanentes tanto en la piel como en los nervios, los ojos o las extremidades. Sin embargo, en la actualidad disponemos de tratamientos eficaces para combatir la alteración y evitar que los síntomas progresen hasta causar daños severos e irreparables.
Los casos de lepra se pueden clasificar en uno de tres subtipos en función de la cantidad y de las características de las lesiones cutáneas.
Nos referimos a la la lepra tuberculoide, a la lepromatosa y a la de tipo indiferenciado o "borderline" (limítrofe), que combina los rasgos de los dos anteriores sin encajar con el diagnóstico de ninguna de ellas.
La lepra tuberculoide tiene una severidad más leve que la lepromatosa y también es menos contagiosa. En estos casos la piel presenta una pequeña cantidad de “parches” en los que la piel se encuentra descolorida, y puede darse también una falta de sensibilidad a causa de los daños en los nervios subyacentes.
El tipo lepromatoso constituye la forma de lepra más severa: en estos casos los bultos y las erupciones cutáneas son muy numerosos y se extienden por una gran área del cuerpo, los signos neurológicos (debilidad muscular, insensibilidad) se encuentran más marcados y los daños pueden llegar a extenderse a la nariz, los riñones y los genitales, entre otras partes del cuerpo.
Esta tercera categoría se reserva para los casos que no se pueden clasificar de forma evidente en uno de los dos tipos anteriores, sino que en la lepra indiferenciada aparecen síntomas propios de la tuberculoide y de la lepromatosa, teniendo una gravedad intermedia.
Desde el año 1995 la Organización Mundial de la Salud distribuye de forma gratuita un tratamiento para personas afectadas por la lepra que es conocido como “multidrug therapy” o “terapia multidroga” (en inglés “drug” significa simplemente “fármaco”, y no “droga”). Este tratamiento farmacológico se ha mostrado muy eficaz para curar todos los tipos de lepra.
La terapia multidroga consiste básicamente en combinar tres fármacos útiles para tratar la lepra: la clofazimina, la rifampicina y la dapsona, que habían sido empleadas por sí mismas desde la década de 1950 (Rees et al., 1970; Yawalkar et al., 1972).
Sin embargo, la unión de todos sus principios activos incrementa significativamente la capacidad del medicamento resultante para curar los síntomas de la lepra.
Irgens, L. M. (2002). The discovery of the leprosy bacillus. Tidsskr nor Laegeforen, 122(7): 708-709.
Rees, R. J., Pearson, J. M. & Waters, M. F. (1970). Experimental and clinical studies on Rifampicin in treatment of leprosy. British Journal of Medicine, 688(1): 89-92.
Rodrigues, L. C. & Lockwood, D. N. (2011). Leprosy now: epidemiology, progress, challenges, and research gaps. The Lancet Infectious Diseases, 11(6): 464-470.
Ryan, K. J. & Ray, C. G. (2004). Sherris Medical Microbiology (4th Ed.). Nueva York: McGraw Hill.
Suzuki, K., Akama, T., Kawashima, A., Yoshihara, A., Yotsu, R. R. & Ishii, N. (2012). Current status of leprosy: epidemiology, basic science and clinical perspectives. The Journal of Dermatology, 39(2): 121-129.
World Health Organization (2014). Global Leprosy Update, 2013: Reducing Disease Burden. Weekly Epidemiological Record, 36(89): 389-400.
Yawalkar, S. J., McDougall, A. C., Languillon, J., Ghosh, S., Hajra, S. K., Opromolla, D. V. & Tonello, C. J. (1982). Once-montly rifampicin plus daily dapsone in initial treatment of lepromatous leprosy. Lancet, 319 (8283): 1199-1202.