En este artículo describiremos qué es un infarto cerebral, cuáles son sus causas, consecuencias y síntomas principales y de qué modo se enfoca el tratamiento de estos episodios y sus secuelas, que varían según la localización del daño. Prestaremos atención también a los factores de riesgo que predisponen a sufrir infartos cerebrales, similares a los de la aterosclerosis.
¿Qué es un infarto cerebral?
El término “infarto cerebral” se usa para describir la necrosis de una región determinada de este órgano, es decir, la muerte de células y tejidos a causa de la disminución o de la interrupción del flujo de sangre y de oxígeno al cerebro durante un periodo de tiempo relativamente amplio.
Cuando el cerebro no recibe una cantidad suficiente de estos recursos, fundamentales para su adecuado funcionamiento, pueden producirse accidentes cerebrovasculares isquémicos. Frecuentemente esto se debe a la presencia de coágulos sanguíneos que bloquean el riego cerebral.
Estos bloqueos de la circulación pueden deberse a distintas causas. Las más comunes son las trombosis (formación de un coágulo dentro de un vaso sanguíneo), los émbolos (masas similares a los trombos que son transportadas por la sangre) y la estenosis u oclusión carotídea aterosclerótica.
Tanto la localización del tejido infartado como los síntomas y signos específicos de tal lesión dependen de las arterias afectadas. Métodos de neuroimagen como la tomografía computarizada (TC) y las imágenes por resonancia magnética (IRM) permiten identificar dónde se sitúan y qué gravedad tienen los daños.
Consecuencias: síntomas y signos principales
Como decimos, los infartos cerebrales y otros tipos de accidentes cerebrovasculares pueden provocar muchos síntomas distintos en función de la región del encéfalo a la que afecten. En este sentido la alteración que nos ocupa se asemeja a otros factores que lesionan el cerebro, como los traumatismos craneoencefálicos y las enfermedades neurodegenerativas.
Entre las consecuencias y secuelas más comunes del infarto cerebral encontramos alteraciones en la coordinación, en la motricidad en su conjunto, en el lenguaje (sobre todo en el habla), las náuseas, los vómitos y los dolores de cabeza, por lo general cefaleas.
Las alteraciones del habla, particularmente las afasias, son más habituales cuando el tejido infartado se sitúa en el lóbulo izquierdo del cerebro, en el cual se localizan las estructuras implicadas en la comprensión y la producción del lenguaje en la mayor parte de personas. No obstante, aproximadamente un 30% de zurdos muestran un patrón más distribuido o bien predominancia del hemisferio derecho en esta función.
Es habitual que aparezcan alteraciones asociadas con daños en el tronco cerebral, como el síndrome de Wallenberg o el de Weber. Entre los síntomas y signos de estas lesiones encontramos déficits motores (por ejemplo parálisis oculomotora parcial), ataxia (falta de coordinación muscular), vértigo, disfagia (dificultades para tragar) y disartria (problemas de articulación de fonemas).
Etiología: causas y factores de riesgo
Además de los accidentes cerebrovasculares isquémicos, entre las causas más habituales de infarto cerebral cabe destacar los traumatismos craneoencefálicos, las enfermedades neurodegenerativas como la demencia de Alzheimer, las infecciones en el cerebro (incluyendo las encefalitis) o la presencia de tumores en el sistema nervioso central.
Dado que se trata de alteraciones vasculares estrechamente relacionadas, los infartos cerebrales comparten muchas causas y factores de riesgo con la aterosclerosis, esto es, el endurecimiento de las paredes arteriales como resultado de la acumulación de grasas, glóbulos blancos y células muertas, incluyendo restos de colesterol y de triglicéridos.
Así, entre los factores de riesgo más relevantes para la aparición de infartos cerebrales podemos destacar los siguientes:
Tener una edad avanzada (más de 60 años aproximadamente)
Ser de sexo biológico masculino
Obesidad, en especial si el patrón consiste en la acumulación de grasa en el abdomen
Dislipidemia (niveles anormales de grasas como colesterol y triglicéridos)
Antecedentes familiares de alteraciones cardiovasculares, incluyendo infartos cerebrales
Presencia de anormalidades genéticas como la hipercolesterolemia familiar
Diagnóstico de diabetes mellitus (niveles de azúcar en sangre muy elevados)
Consumo de tabaco (a causa de sus efectos hipertensivos)
Alteraciones en las lipoproteínas: colesterol de baja densidad (LDL) y de alta (HDL)
Déficit de vitamina B6 o pirodixona, fundamental en la liberación de glucógeno
Hipotiroidismo (producción insuficiente de hormonas tiroideas)
Se ha propuesto que también podrían estar implicados factores como el consumo regular de grandes cantidades de grasas saturadas y trans, los déficits de estrógenos que se producen tras la menopausia, la inflamación sistémica propia del lupus eritematoso y otras enfermedades o el incremento de los niveles de ácido úrico, fenómeno que provoca la gota.
Tratamiento y manejo
En los últimos años se han desarrollado procedimientos que permiten restablecer el flujo sanguíneo normal con velocidad, siempre que la persona que sufre el infarto cerebral sea atendida con celeridad. Cuanto antes se resuelva el bloqueo del aporte de sangre y oxígeno, menor será el número de células que se necrosará y por tanto la gravedad de las secuelas.
Tras la recuperación de la fase aguda de esta alteración es habitual que se apliquen programas de rehabilitación específicos para los déficits del paciente. Así, por ejemplo, una persona con secuelas motoras puede beneficiarse en grado variable de terapias físicas o de la utilización de aparatos ortopédicos.
También es esencial ayudar a las personas que han sufrido infartos cerebrales a manejar los síntomas cognitivos y conductuales derivados de estos episodios. La psicología es la herramienta de elección para alteraciones de esta clase, que incluyen los problemas de memoria o de lenguaje, la depresión mayor y otros trastornos emocionales o la incontinencia urinaria