Existen varios tipos de herpes distintos: el simple, el genital y el labial son algunos de los más comunes y conocidos, pero en este artículo vamos a centrarnos de forma específica en el caso del herpes zóster, una variante de esta enfermedad infecciosa relacionada con la varicela.
A continuación describiremos qué es el herpes zóster, cuáles son sus síntomas, qué lo causa, cómo se contagia y qué tratamientos hay para eliminar las alteraciones asociadas a esta enfermedad.
El herpes zóster es una enfermedad caracterizada por la aparición de ampollas y erupciones en la piel. Como explicaremos de forma detallada más adelante, se da en personas que han sufrido la varicela en algún momento de la vida porque sus síntomas son consecuencia del mismo virus.
Las alteraciones cutáneas propias de este trastorno por lo general se extienden a lo largo de un dermatoma, es decir, la región de la piel que se corresponde con un nervio específico. Su aspecto explica el hecho de que con frecuencia el herpes zóster es llamado “culebrilla” en lenguaje no científico.
La prevalencia del herpes zóster es más elevada en personas de edad avanzada, así como en aquellas que tienen problemas relacionados con el sistema inmunitario. Otro aspecto interesante es que se diagnostica más en caucásicos que en personas de otras etnias.
La causa del herpes zóster es la infección por el virus varicela-zóster, uno de los ocho tipos de herpesviridae (o virus del herpes). Dentro de esta categoría encontramos también los virus que provocan el herpes simple o el genital, así como el citomegalovirus, asociado a la mononucleosis, o el virus de la roséola, entre otros.
Este virus suele afectar a niños, sobre todo en los que tienen entre 1 y 9 años aproximadamente; en estos casos provoca la aparición de la varicela, caracterizada por el desarrollo de ampollas y lesiones en la piel junto con otros síntomas asociados, como fiebre, dolor de cabeza, náuseas y vómitos. En cuadros graves pueden llegar a inflamarse los pulmones (neumonía) e incluso el encéfalo (encefalitis).
A pesar de que una vez superada la varicela la persona afectada se vuelve inmune a estos síntomas, el virus sigue latente en el sistema nervioso del individuo -concretamente en los ganglios de las raíces dorsales y en el nervio trigémino- y en más del 10% de los casos el virus se reactiva en la edad adulta, haciendo aparecer los síntomas del herpes zóster.
Entre los factores de riesgo asociados a la aparición de esta enfermedad podemos destacar el estrés psicosocial, que interfiere con la actividad del sistema inmunitario cuando se mantiene de forma crónica, los traumatismos, el consumo prolongado de esteroides y la depresión del sistema inmunitario en general -por ejemplo la que se debe al VIH/SIDA o al cáncer.
El herpes zóster se contagia a causa de las ampollas características de esta infección vírica. Para que otra persona se infecte ésta tiene que tener contacto directo con las heridas de la piel durante el periodo ampolloso de la enfermedad (aproximadamente la primera semana), en el cual el herpes es contagioso.
No obstante, la probabilidad de contagiar a otros después de este periodo es muy baja, y en ningún caso es posible contraerlo por vía aérea o a través de contacto indirecto.
A pesar de que el virus varicela-zóster es contagioso, si una persona con herpes zóster lo transmite a otra que nunca ha tenido contacto con éste el cuadro que puede aparecer es la varicela y no el herpes zóster en sí mismo ya que, como hemos explicado, su desarrollo depende de la reactivación del virus tras haber superado la varicela.
Los síntomas tempranos del herpes zóster incluyen sensaciones de dolor, picor, hormigueo y quemazón en la piel. Lo más común es que se localicen en uno de los lados del cuerpo, por ejemplo en la mitad de la cara. Durante este periodo pueden detectarse también fotofobia, fiebre, molestias cardiacas o abdominales y malestar general.
Después de dos semanas o menos (en algunos casos sólo unos días después) empiezan a aparecer erupciones en la piel que se acabarán convirtiendo en ampollas llenas de líquido; estas suelen causar un dolor bastante intenso. Tras algo más de una semana (aproximadamente entre 7 y 15 días), las ampollas se secan de forma progresiva y forman costras.
Entre los síntomas asociados a la aparición de las lesiones cutáneas encontramos el dolor de cabeza y de músculos, la fiebre, los escalofríos y las alteraciones estomacales.
Aun cuando las ampollas se han curado es relativamente frecuente que algunas molestias y alteraciones persistan durante un mes o más. El caso de los dolores es especial ya que pueden mantenerse durante años después de la remisión del resto de signos del herpes zóster; este fenómeno se conoce como “neuralgia postherpética”.
En la actualidad las vacunas para el herpes zóster tienen una eficacia de entre el 50% y el 90%. Además, incluso si se llegan a desarrollar los síntomas, el hecho de haberse vacunado previamente hace que se reduzca la probabilidad de que aparezca o se mantenga el dolor de origen nervioso que en ocasiones sigue una vez las ampollas ya no están activas.
Una vez han aparecido las lesiones cutáneas el tratamiento consiste en la administración de antivirales como Aciclovir y Nervinex. El objetivo de prescribir estos fármacos es la reducción de la severidad de los síntomas, así como la de su duración.
Por otro lado, el control de la neuralgia postherpética se basa en el uso de medicamentos como la gabapentina, el paracetamol, los antiinflamatorios no estereoideos (o AINEs) e incluso algunos opiáceos.