La médula espinal consiste en el principal conjunto de nervios que transportan los diferentes impulsos nervios hacia -y desde- el cerebro al resto del cuerpo. Tanto el cerebro como la médula espinal trabajan juntos. Y la médula espinal se convierte en el vínculo existente entre el cerebro y los nervios con el resto del cuerpo.
Concretamente, se trata de una estructura tubular larga y frágil que empieza en el extremo del tronco encefálico, continuando hasta alcanzar la parte inferior de la columna. En resumidas cuentas, consiste en una serie de nervios que se encargan principalmente de llevar mensajes entrantes y salientes entre el cerebro y el resto del cuerpo.
De esta forma, cuando nuestro cuerpo se mueve, los mensajes tienden a viajar desde el cerebro hacia la médula espinal. Y los mensajes también se dirigen desde la médula espinal al cerebro con la finalidad de que podamos sentir sensaciones.
Los trastornos de la médula espinal
Existen distintos nervios que se ramifican de la médula espinal. Son conocidos bajo el nombre de nervios espinales, y se dividen en un total de cinco secciones principales: cervical, torácica, lumbar, sacra y coccígea.
Eso sí, tanto la médula espinal como los nervios son tremendamente frágiles, de manera que pueden acabar lesionándose, o viéndose afectadas por diferentes trastornos, enfermedades y afecciones. ¿Cuáles son las enfermedades que más comúnmente afectan a la médula espinal?
Los trastornos de la médula espinal pueden causar problemas graves que, además, se caracterizan por ser permanentes, como por ejemplo podría ser el caso de la incontinencia urinaria o la incontinencia fecal. En ocasiones, estos problemas pueden minimizarse o incluso evitarse si la evaluación y el tratamiento médicos se llevan a cabo rápidamente.
Las causas de los diferentes trastornos que pueden afectar a la médula espinal incluyen infecciones, lesiones, un tumor, la compresión causada por un hueso fracturado o un suministro de sangre bloqueado. Cuando algo de esto ocurre, suele ser común que los músculos estén débiles o paralizados, la sensación se pierde o es anormal, y el control de la vejiga y / o del intestino pueden acabar siendo enormemente difíciles.
Además, las enfermedades y trastornos pueden ocurrir fuera de la médula espinal (como es lo que sucede con las lesiones de la médula, la compresión o el bloqueo del suministro de sangre), o en el interior de la propia médula espinal.
1. Lesiones de la médula espinal
La mayoría de las lesiones que ocurren en la médula espinal se producen a consecuencia de caídas, lesiones deportivas o accidentes automovilísticos. Los síntomas más comunes suelen ser la pérdida de la sensibilidad y de la fuerza muscular, así como una mejor fuerza sobre el intestino, la vejiga y la función sexual. Estos problemas pueden ser temporales o permanentes.
Estas lesiones pueden afectar a los huesos de la columna, a la propia médula espinal o a las raíces de los diferentes nervios espinales, que consisten en ramas cortas de los nervios espinales, y que pasan a través de los espacios situados entre las vértebras.
Dado que la médula espinal se encuentra rodeada -y protegida- por la columna vertebral, la mayoría de las lesiones de la columna vertebral (o incluso de su tejido conectivo) también pueden acabar dañándola, tales como: fracturas, separación completa de las vértebras adyacentes, desalineación parcial de las vértebras adyacentes, o fijaciones de ligamentos flojos entre las vértebras adyacentes.
De acuerdo a las estadísticas, casi todas las personas con una lesión en la médula espinal presentan una lesión en la columna vertebral. Sin embargo, en el caso de los niños esto no puede ser así. Mientras que, en las personas mayores, las caídas se convierten en la causa más común.
2. Mielitis transversa aguda
Consiste en una inflamación que afecta a la médula espinal transversalmente, bloqueando la correcta y adecuada transmisión de los diferentes impulsos nerviosos que suben o bajan por la médula espinal. Puede desarrollarse sobre todo en personas con ciertos trastornos, como por ejemplo la esclerosis múltiple, enfermedad de Lyme, lupus o la neuromielitis óptica.
Cuando ocurre, las personas sienten un dolor en la espalda repentino, y tienen la sensación de tener una banda de opresión alrededor de la zona afectada. En ocasiones puede seguir con síntomas graves, como parálisis. A los pocos días se desarrollan otros síntomas como hormigueo, entumecimiento y debilidad muscular en los pies.
Además, orinar puede volverse complicado, aunque algunas personas también pueden sentir una necesidad urgente de orinar. Se calcula que alrededor de un tercio de las personas se recupera, un tercio continúa teniendo algunos problemas y aproximadamente un tercio tiende a recuperarse muy poco.
3. Meningitis
Consiste básicamente en la inflamación de las meninges, que son las tres membranas que cubren el cerebro y la médula espinal, la cual ocurre cuando el líquido que rodea las meninges tiende a infectarse. ¿Y cuáles son las causas más habituales? Principalmente infecciones víricas y bacterianas. Aunque también existen otras causas relacionadas, como hongos, alergias a los medicamentos, cáncer o irritación química.
A pesar de que en un principio los síntomas tanto de la meningitis viral como de la bacteriana pueden ser parecidos, los síntomas asociados con la meningitis bacteriana tienden a acabar volviéndose más graves.
Los síntomas suelen incluir fiebre, dolor de cabeza, rigidez en la nuca, convulsiones, letargo, sensibilidad a la luz más brillante, náuseas y vómitos, disminución del apetito y somnolencia, entre otros. En el caso de la meningitis bacteriana, además, tiende a presentarse un síntoma tardío, consistente en la aparición de una erupción cutánea leve en la piel cuando la bacteria ‘Neisseria meningitidis’ se encuentra en el torrente sanguíneo.
4. Poliomielitis
También conocida como polio se trata de una enfermedad muy contagiosa originada por un virus que ataca principalmente al sistema nervioso. Suele ser más común en niños menores de 5 años de edad, y de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) 1 de cada 200 infecciones de polio acabará en parálisis permanente.
Se calcula que la mayor parte de las personas que la contraen son asintomáticas, aunque pueden transmitir el virus y causar la infección en otros. Aunque es necesario diferenciar entre dos tipos de polio: la poliomielitis no paralítica y la poliomielitis paralítica.
La poliomielitis no paralítica tiende a durar entre 1 a 10 días aproximadamente, y sus síntomas suelen ser similares a los de una gripe, como: fiebre, dolor de garganta, dolor de cabeza, fatiga, vómitos y meningitis. En el caso de la poliomielitis paralítica, puede acabar conduciendo a parálisis en la médula espinal, el tronco encefálico o ambos, y sus síntomas suelen ser: pérdida de reflejos, dolor muscular, espasmos severos, miembros flojos (en ocasiones solo a un lado del cuerpo), parálisis repentina y extremidades deformadas, sobre todo en los pies, tobillos y caderas.
5. Esclerosis múltiple
Se trata de una enfermedad crónica que afecta al sistema nervioso central, en el que el sistema inmunitario ataca la mielina, que consiste en la capa protectora presente alrededor de las fibras nerviosas, lo que causa inflamación y lesiones (o tejido cicatricial).
Esto podría dificultar que el cerebro envíe señales al resto del cuerpo, experimentándose una amplia variedad de síntomas, aunque es cierto que debido a la naturaleza de la enfermedad en sí, las señales varían ampliamente de persona a persona. Eso sí, existen dos síntomas tremendamente comunes que, en la mayoría de las ocasiones, más suelen afectar a los pacientes. Son la dificultad para caminar y la fatiga.