En los últimos tiempos se oye a hablar muy a menudo de la educación emocional como un pilar básico que debería ser incluido en cualquier tipo de sistema educativo, que posee numerosas ventajas y que permite una mejor adquisición de valores y una convivencia más respetuosa y tolerante a la par que proporciona una mayor autonomía.
Sin embargo, no es tan común saber expresar o indicar de qué estamos hablando cuando hacemos referencia a este tipo de educación. Es por ello que este artículo explicamos brevemente qué es la educación emocional y qué competencias básicas permite entrenar.
¿Qué es la educación emocional?
Se entiende por educación emocional el proceso educativo continuado a lo largo del tiempo que tiene como principal objetivo favorecer el desarrollo emocional de las personas formadas en ella, intentando integrar en el proceso educativo la vertiente emocional que generalmente en otros tipos de educación tiende a dejarse de lado. Ello se plantea como una manera de facilitar al sujeto en formación el afrontamiento de las situaciones del día a día y la adquisición y mantenimiento del máximo nivel de bienestar posible.
Si bien la mayoría de personas suele pensar en la educación emocional como algo para dar en las escuelas a los niños, lo cierto es que es una perspectiva útil a lo largo de todo el ciclo vital, ya que son muchos los sucesos a lo largo de la vida que podrían requerir de asesoramiento psicopedagógico centrando en las emociones.
Habilidades emocionales a entrenar
Para autores como Bisquerra, para lograr el objetivo anteriormente mencionado es fundamental desarrollar una serie de competencias emocionales básicas, entendidas como el conjunto de conocimientos y habilidades que nos permiten captar, expresar y gestionar las emociones. Estas competencias pueden ser mejoradas a partir de la educación. Aunque existen una gran cantidad de ellas, siguiendo la clasificación del autor anteriormente citado se propone su agrupación en cinco dimensiones principales.
1. Conciencia emocional
Esta dimensión hace referencia a la capacidad de identificar las propias emociones y las de los demás. Ser conscientes de lo que sentimos tanto nosotros como otras personas y saber ponerle nombre nos va a permitir darnos cuenta de cómo nos afectan las cosas que suceden en nuestro día a día, así como incidir en ello y/o gestionar nuestras reacciones de manera eficiente. También va a facilitar la empatía y la comprensión de situaciones sociales y culturales.
2. Regulación emocional
Esta habilidad es la que nos permite ser capaces de trabajar y gestionar adecuadamente nuestras emociones, permitiéndonos adecuar nuestro comportamiento a la situación y elaborando diferentes estrategias de afrontamiento.
Incluye aspectos como la toma de conciencia de que los estados emocionales afectan al comportamiento y a la cognición y que estos últimos también afectan a los primeros, la capacidad de expresar adecuadamente las emociones (se trata una habilidad que no tiene por qué venir con la comprensión emocional) y el conocimiento y capacidad de gestión de cómo estas afectan el entorno y por último la propia regulación de emociones y reacciones emocionales, generar emociones positivas adaptativas que nos permitan mantener el bienestar y generar estrategias de afrontamiento contra las emociones negativas.
3. Autonomía emocional
Se trata del conjunto de elementos que nos permite realizar la anterior autogestión de forma autónoma, sin precisar de elementos externos que dirijan dicha regulación.
Dentro de dichos elementos encontramos la responsabilidad, autoestima, capacidad de crítica, resiliencia o capacidad de afrontar los desafíos y dificultades, reconocimiento y utilización de recursos o la sensación de autoeficacia (verse capaz de sentirse como uno quisiera).
4. Competencia social
La competencia social es la capacidad de crear y mantener vínculos sociales con otros seres, pudiéndose comunicar adecuadamente y entender y hacerse entender por el otro, manteniendo un equilibrio en las relaciones y respetando al interlocutor. Se trata de intentar mantener una actitud asertiva, pudiendo compartir y gestionar situaciones emocionales tanto propias como ajenas.
5. Competencias para la vida y el bienestar
La más simple de entender y a la vez una de las más complejas, supone la capacidad de generar estrategias que nos permitan hacer frente a las dificultades y obstáculos de la vida cotidiana, adaptarse y conseguir llegar a cumplir los propios objetivos. Ser capaz de fijarse objetivos, tomar decisiones, buscar recursos y generar experiencias óptimas serían algunos de los elementos que entrarían dentro de esta dimensión.
¿Para qué sirve?
La educación emocional es un proceso educativo que puede tener gran relevancia en múltiples contextos y situaciones.
Aprender a gestionar las emociones puede ser de gran utilidad también a nivel mental, permitiendo gestionar y combatir con mayor eficiencia situaciones de estrés y tensión, y dificultando el surgimiento de sintomatología depresiva. También nos permite ser más flexibles y adoptar otros puntos de vista diferentes al propio, a par que saber defender los propios derechos y opiniones sin para ello atacar los ajenos. Asimismo puede tener efecto en aumentar el nivel de autoeficacia percibida y autoestima, mejorando la sensación de bienestar del sujeto.
A nivel de salud, por ejemplo, educar en emociones y valores puede tener un efecto incluso a nivel fisiológico. Y es que las emociones afectan en gran medida al sistema inmune, como podemos observar ante situaciones de estrés prolongado. Este sistema se ve debilitado por emociones negativas prolongadas en el tiempo, mientras que situaciones de bienestar generar una mejor capacidad de funcionamiento. Lo podemos ver incluso en pacientes con enfermedades severas, en los que actitudes positivas pueden mejorar el pronóstico e incluso incrementar la esperanza de vida.
Otro de los elementos en que la educación emocional puede suponer grandes ventajas es en la socialización: el entrenamiento de competencias básicas a nivel emocional nos van a permitir establecer relaciones más empáticas y auténticas, siendo conscientes de cómo nos afectan las interacciones y pudiendo valorar cómo interactuar. De este modo se facilita la convivencia, a la par que con el tiempo podría llegar a tener un efecto positivo en la reducción de actitudes violentas como las propias del acoso escolar o la violencia de género.
¿Y cómo se educa emocionalmente?
Favorecer el desarrollo de las competencias anteriormente mencionadas es un aspecto clave y de gran utilidad para el desarrollo. El cómo llevarse a cabo es un aspecto más complejo, que requiere en primer lugar de formar a los formadores en educación emocional, lo que supone y cómo ponerla en práctica, y posteriormente elaborar dinámicas y modos de actuar a incluir dentro de los procesos educativos normativos.
Se trata de emplear aquellos elementos que puedan favorecer el establecimiento de una conciencia emocional en primer lugar y permitan generar a su vez sensaciones de empatía, aprendiendo a valorar y reflexionar sobre las emociones sin juzgarlas y probando diferentes mecanismos para hacerles frente de forma autónoma y generalizada, de manera que poco a poco se vayan empleando en la vida diaria.
Algunas metodologías que pueden resultar de utilidad son el establecimiento de dinámicas grupales en los que las personas a formar pudieran expresar sus emociones sin ser juzgado por el resto, realizar sesiones en los que se pueda modelar una situación concreta y posteriormente cada sujeto pueda experimentar situaciones para posteriormente analizar cómo se ha sentido y compararlo con las percepciones de otros, el planteamiento de diferentes casos y situaciones desde diferentes puntos de vista, el psicodrama y el teatro, el counseling, el uso de dilemas éticos (adecuados a la edad del sujeto), la generación de asambleas en que se compartan puntos de vista, actividades y juegos colaborativos o el entrenamiento en valores.
Referencias bibliográficas:
- Bisquerra, R. (2003). Educación emocional y competencias básicas para la vida. Revista de Investigación Educativa, 21 (1): 7-43. Barcelona.
- Bisquerra, R. & Pérez, N. (2007). Las competencias emocionales. Educación XXI, 10, 61-82.
- Elias, M. J., Tobias, S. E., y Friedlander, B. S. (1999). Educar con inteligencia emocional. Barcelona: Plaza Janés.