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La mano de un bebé sobre la mano de su madre

¿Cómo ser buena madre o buen padre? 3 técnicas psicológicas

El conductismo nos da algunas claves interesantes sobre cómo educar correctamente a nuestros hijos.

Uno de los quebraderos de cabeza que más acechan a los padres y madres ronda en torno  a la cuestión de si se estará proporcionando una educación correcta a su hijo o hija, en la que tanto los límites como el cariño se equilibren en la difícil balanza de lo ideal. En resumen, cualquiera que tenga un hijo quiere saber cómo ser buena madre o buen padre.

Es por ello por lo que hemos decidido elaborar este artículo, en el que expondremos una serie de  técnicas y pautas psicológicas para establecer unas normas y unos límites adecuados para los más pequeños, sin que esto suponga una vulneración de su derecho a decidir y de la libertad que toda persona debe tener.

¿Desde cuándo el niño distingue el bien y el mal?

Asegurarse de que el pequeño logra distinguir entre lo correcto y lo incorrecto es uno de los principales factores para empezar a enseñar las conductas y los comportamientos que son considerados social y moralmente adecuados en nuestra civilización.

Si bien es cierto que está popularizado el pensamiento de que los niños pequeños en ocasiones actúan sin saber las consecuencias de dichas acciones, lo cierto es que, según la literatura psicopedagógica, los niños son capaces de distinguir conductas buenas y malas desde los 6 meses.

Por supuesto, esta afirmación es matizable, sobre todo si tenemos en cuenta que ni siquiera los adultos pueden ser culpados siempre por sus acciones: todos nos vemos influidos de forma muy significativa por las circunstancias en que nos criamos, así como por nuestra biología. Comprender la importancia de la empatía es fundamental para ser un buen padre.

Piaget y el desarrollo de la moralidad

Si nos basamos en la celebrada teoría de Jean Piaget, que planteó que los niños llegan al mundo sin ningún tipo de moral, los “buenos actos” de los más pequeños dependen de factores externos  tales como el refuerzo positivo u otros métodos que reporten beneficios al niño.

Por lo tanto, las personas que influyen de manera más directa en el desarrollo moral de los pequeños son sus padres; mientras estos enseñan conductas (presumiblemente) morales, el niño a la vez va desarrollando una capacidad de razonamiento moral que le permite reflexionar acerca de las consecuencias de sus actos para con otras personas.

De este modo, tal y como anunciaba Berk (1999), se entiende que a medida que se van adquiriendo pautas moralmente adecuadas, estas influyen en  la capacidad que tiene el niño para comprender que sus actos afectan a los demás, y la importancia que estos tienen para un entorno socialmente justo.

Análisis de 3 técnicas para ser buen padre o buena madre

Dado que en un primer momento los niños aprenden en función de la satisfacción que les producen determinadas conductas, si seguimos las propuestas de los autores anteriores es necesario basarse en el conductismo para elaborar las primeras pautas y normas sociales  que los pequeños irán interiorizando con el paso del tiempo.

El conductismo es un modelo psicológico que fue propulsado por John B. Watson y reforzado por Burrhus F. Skinner. La base de este modelo es la conducta manifiesta, y se centra en la idea de que la interacción con el ambiente está basada únicamente en la interacción entre estímulos y respuestas.

A simple vista parece una idea algo cerrada, pero en la actualidad se ha ido flexibilizando la premisa añadiendo más peso a las emociones y a otros procesos cognitivos que pueden entrar también en juego en lo referente a las conductas que emprenden los más pequeños.

Así, desde el conductismo se habla de condicionamiento operante cuando existe un estímulo que activa una respuesta con el objetivo de recibir una recompensa (o reforzador, en términos conductistas). Esta es la base en la que se sustentan las técnicas que vamos a mostrar a continuación.

1. Economía de fichas: una estrategia muy efectiva

La economía de fichas es una de las técnicas más eficaces para hacer entender al niño cuáles son las conductas adaptativas que debe realizar de manera habitual. Así, se premian conductas como recoger la mesa, hacer los deberes o cumplir diferentes normas previamente establecidas y explicadas.

Además de fomentar lo positivo, realizar conductas no deseables repercute en sus beneficios, teniendo estas un coste de respuesta; esto significa que los comportamientos inadecuados conllevan la pérdida o la no obtención de un reforzador. Por lo tanto  se fomenta lo “correcto” y se penaliza lo “incorrecto”. Cabe destacar la relevancia de que las pautas se apliquen de forma sistemática, puesto que lo contrario genera confusión.

El procedimiento de la economía de fichas es sencillo y se puede adaptar a la edad del niño. De este modo, cuando el niño realice una conducta deseable, inmediatamente después se le entregará un ficha  (u otro objeto que pueda cumplir la misma función) que tenga una connotación positiva para el pequeño, cumpliendo la función de reforzador positivo.

Esta ficha no es un reforzador por sí sólo, sino que posteriormente se cambiará por un premio que se habrá acordado anteriormente. Asimismo, las conductas no deseables comportarán la retirada de una de estas fichas.

2. El castigo positivo: una técnica controvertida

En psicología hablamos de “castigo positivo” para referirnos al castigo tradicional, es decir, aquel que consiste en que  una mala conducta tiene como consecuencia la aparición de un estímulo aversivo. El objetivo principal es que la conducta deje de realizarse a fin de evitar este estímulo que produce malestar.

Es importante que a la conducta no deseada siempre le siga la consecuencia negativa, ya que de no ser así se cae en el riesgo de que el pequeño no entienda por qué le está sucediendo algo malo, es decir, que no asocie su conducta con el estímulo aversivo.

La controversia principal de esta técnica recae en el tipo de estímulo aversivo que se le proporciona al niño. El más habitual es la típica bofetada o cachetada, lo que implica daño físico hacia el menor y sensación de vulnerabilidad a causa de no poder defenderse. Hoy en día este tipo de castigos son vistos como inmorales por la mayoría de personas.

El castigo también genera emociones negativas del niño hacia el cuidador, y mediante este procedimiento no se indica qué conductas alternativas se pueden ejecutar para obtener refuerzo. En este sentido, podemos afirmar que  las técnicas de reforzamiento diferencial resultan más eficaces para modificar comportamientos que el castigo positivo.

Actualmente el castigo positivo  está siendo sustituido por otra serie de técnicas que resultan menos agresivas para el niño, ya que estas conductas pueden reproducirse y conllevan el riesgo de que el pequeño aplique castigos positivos, especialmente violencia física, a otros niños e incluso a adultos.

3. El castigo negativo: la retirada de estímulos deseados

Este tipo de castigo dista del positivo o el tradicional en el detalle siguiente: la consecuencia de una conducta “incorrecta” es la retirada de un estímulo deseado. Así, en lugar de utilizar como consecuencia algo que moleste directamente al niño, se retira algo valioso para este.

De este modo, para evitar la pérdida de aquello valioso que se le retira, el niño reducirá la frecuencia de la conducta indeseada. Técnicas como el tiempo fuera o el coste de respuesta, de la que hemos hablado en el apartado dedicado a la economía de fichas, son claros ejemplos de métodos que incluyen el castigo negativo.

Como cualquier tipo de castigo, éste también tiene sus inconvenientes. Estos aluden a la retirada de un reforzador significativo para el niño, como sucede al prohibirle jugar a la consola o salir con los amigos.

Los casos anteriores no suelen conducir a reacciones muy negativas, aunque puedan generar cierta animadversión hacia los padres, pero cuando lo que se retira son respuestas afectivas por parte de los padres, como muestras de cariño o buenas palabras, pueden llevar al niño a pensar que sus padres no le quieren, lo cual afectaría notablemente a su autoestima.

Por ello, si se llega a aplicar, es importante combinar el castigo negativo con el refuerzo positivo, premiando las buenas conductas con estímulos valiosos para el niño, y castigándolas a través de la retirada de aquello que ganan cuando se portan bien, tal y como ocurre en la economía de fichas.

En cualquier caso, y a modo general, podemos decir que  el refuerzo siempre es un método más educativo que el castigo, mucho más cuestionable desde un punto de vista ético pero también práctico. En este sentido lo mejor es premiar las conductas deseables, sobre todo las que sirven como alternativa a las que pretendemos suprimir o reducir.

Referencias bibliográficas:

  • Berk, L. E. (1999). Desarrollo del niño y el adolescente. Madrid: Prentice Hall.