El Sistema Inmunitario
Constituye los mecanismos de defensa que establecen la inmunidad contra la infección. Existen factores constitucionales que hacen que una especie sea más susceptible a una infección o que existan diferencias de susceptibilidad entre los individuos de una misma especie. Su primera función es impedir el paso de microorganismos al interior del cuerpo. La piel intacta es impermeable a la mayoría de agentes infecciosos. El sudor, las secreciones sebáceas, que generan pH ácido y destruyen gran parte de gérmenes, la producción de moco en las membranas que recubren las superficies internas del cuerpo, el lavado mediante las lágrimas, la saliva o la orina, son mecanismos que intentan evitar la penetración del agente infeccioso en el organismo. Si a pesar de pesar de estos mecanismos, lo consigue, se pone en marcha el sistema inmunitario. Las reacciones del sistema inmunitario son de dos tipos: A) Inespecíficas o generales: es la inmunidad natural o innata, que interviene rápidamente y permite la supervivencia del paciente hasta que se ponen en marcha las respuestas específicas y B) Específicas, para un agente determinado. Esta inmunidad específica, o adquirida, se induce ante la presencia del antígeno, tarda días o semanas en aparecer tras la primera exposición y es indispensable para la resolución de la enfermedad. Estos dos mecanismos están íntimamente relacionados y muy raramente actúan de forma independiente.
La inmunidad innata abarca mecanismos químicos y celulares que impiden el desarrollo de la infección e incluye las barreras anatómicas, las secreciones, el antagonismo microbiano, los fagocitos y macrófagos, las células NK, el complemento y las citoquinas. Las células fagocíticas de la sangre constituyen una pieza importante de la inmunidad innata. Son los polimorfonucleares que acuden primero al lugar de la infección y son atraídos por sustancias que se liberan en dicha región (y que van a generar pus) y los mononucleares que producen moléculas microbicidas y complemento.
Por otra parte, la inmunidad adquirida está constituida por la respuesta inmune de los linfocitos B que producen anticuerpos o inmunoglobulinas(inmunidad humoral) y los linfocitos T que son citotóxicos y ayudan a detectar a los antígenos. Esta inmunidad es específica y posee memoria.
En su adaptación al medio, para conseguir sobrevivir, los gérmenes desarrollan mecanismos de evasión de la respuesta inmunitaria del organismo al que infectan. El agente infeccioso puede modificar sus antígenos por mutación, por cambios durante su desarrollo o por mimetismo con proteínas del huésped. Además, el germen puede recluirse en zonas no accesibles como quistes, inhibir a los sistemas microbicidas haciéndose resistente a la degradación o suprimiendo la respuesta inmune mediante mecanismos variados y complejos. La forma en que el patógeno evita al sistema inmunitario puede determinar la patología que provoca. Así pues, el VIH infecta principalmente a los linfocitos T CD4, provocando un efecto de destrucción celular continuado, que desemboca en una inmunodeficiencia que conocemos como el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA).
El virus del VIH
El VIH pertenece a la familia de los retrovirus (Retroviridae), llamados así porque son capaces de convertir su material genético (ácido ribonucléico o ARN) en acido desoxirribonucléico (o ADN).
Este es el camino inverso (por esto se llaman retrovirus) al que sigue el material genético de la mayoría de los seres vivos, que está formado por ADN y da ordenes a la célula realizando copias de ARN que luego se traducen en proteínas.
Esta transformación de ARN en ADN permite que el material genético del virus se integre dentro de los cromosomas de las personas infectadas.
1El VIH no ataca a todas las células del organismo sino, principalmente, a un determinado tipo de glóbulo blanco denominado linfocito CD4 o T4, que es el que debería dirigir la defensa del organismo frente a la infección. Al infectarse esta célula CD4 muere o no da las ordenes adecuadas, con lo que el resto del sistema defensivo no es capaz de actuar de forma eficiente. Por suerte, el sistema inmunitario tiene una gran reserva funcional y hasta que la mayoría de los linfocitos CD4 están destruidos (para lo que se requiere varios años) la persona no está en riesgo de tener complicaciones. Además de infectar la célula y hacer que funcione de forma incorrecta, el VIH utiliza la maquinaria de la célula (por ello se integra en el "cerebro" de la célula que es el material genético) para reproducirse y, además de ella toma lo que necesita para multiplicarse a gran velocidad.
Esto genera copias de virus muy diferentes entre si, ya que el virus no tiene mecanismos de corrección de los errores que comete al crear nuevos virus. La gran tasa de errores junto a la velocidad de división hacen que debamos considerar que la persona infectada no lo está por un virus único, sino por una población completa de virus que se parecen relativamente poco entre si. Esto hace que a las defensas les cueste mucho trabajo contenerlo, y que los tratamientos deban tomarse de forma adecuada, ya que si la presión frente al virus no es suficiente, este puede volverse resistente.
Síntomas: infección y consecuencias de la infección
El VIH no puede vivir de manera independiente, lo hace dentro de una célula, que suelen ser los linfocitos T CD4. Hasta ahora se pensaba que podía evolucionar de dos maneras: permanecer latente (como dormido), con persistencia de la infección pero sin síntomas pudiendo transmitirse a otras personas e infectarlas y, volverse activo, reproduciéndose en la célula, liberando gran número de virus que infectarán otros linfocitos T CD4, con lo que el sistema inmunitario se resiente y las defensas se debilitan, lo que hace muy posible la aparición de los síntomas del Sida.
Sin embargo, datos recientes apoyan la hipótesis de que el VIH prolifera en forma continua desde el momento en que infecta a un paciente. En la historia natural de la infección cabe distinguir:
- La infección reciente llamada fase precoz o aguda o primoinfección, de varias semanas de duración. Puede pasar desapercibida o simular un cuadro gripal.
- Una fase crónica, con replicación viral activa y sin apenas síntomas clínicos, de varios años de duración.
- Una fase final o de crisis que clínicamente corresponde a lo que se denomina sida.
La evolución de la enfermedad a partir de la infección aguda es independiente de la forma de transmisión.
El paciente infectado persistirá asintomático o presentará un cuadro clínico caracterizado por un síndrome mononucleósico (síndrome febril, en el 40%-90% de los casos) acompañado generalmente por una erupción cutánea (algo parecido a una gripe con manchas en la piel o sarpullido). A partir de las primeras horas de la infección, el VIH invade el tejido linfático, donde alcanza concentraciones muy elevadas. Durante la primoinfección, en el plasma se puede llegar a niveles muy altos de virus circulantes cuya presencia puede demostrarse a través de la cuantificación de copias de ARN del VIH (carga viral). Posteriormente, con el tiempo, aparecen los diferentes tipos de anticuerpos (1-3 meses) y una drástica reducción del nivel de virus circulante.
En la fase crónica, que generalmente dura varios años, el virus se multiplica de forma activa. En casi todos los pacientes es posible cultivar el VIH tanto en el plasma como en los linfocitos y se puede detectar y cuantificar la concentración de ARN vírico (carga viral). Los pacientes suelen estar asintomáticos. La probabilidad de que la infección, dejada a su evolución natural (es decir, sin tratamiento), progrese hacia sida se aproxima al 80%-90% a los diez años de producida la infección. Existen, no obstante, grandes variaciones individuales. La viremia plasmática (carga viral) y en menor medida la cifra de linfocitos CD4 son los mejores marcadores pronósticos de progresión clínica y mortalidad. Coincidiendo con la disminución importante de la cifra de linfocitos CD4 (por debajo de 200 células/ml de sangre) se considera que el paciente tiene el sida. En esta situación existe un riesgo elevado de presentar alteración del estado general y adelgazamiento (denominado wasting syndrome), de infecciones oportunistas, de ciertos tipos de cánceres o de trastornos neurológicos y el VIH aumenta su actividad replicativa.
Antes de la era de los tratamientos combinados, el pronóstico a partir de este momento solía ser muy malo. La probabilidad de sobrevivir a los dos años del diagnóstico del sida no era, en general, superior al 30%-50%, y a los tres años era inferior al 10%- 20%. Con los tratamientos antirretrovirales actuales (en general combinaciones de tres o más medicamentos) se ha conseguido restaurar parcialmente la inmunidad, parar la progresión y la aparición de infecciones oportunistas y reducir drásticamente la mortalidad en más del noventa por ciento de los casos.