La esclerosis múltiple es una enfermedad autoinmune que afecta al sistema nervioso central de manera crónica. Ocurre por un proceso de desmielinización en los axones neuronales y suele desarrollarse en la adultez temprana.
Para explicarlo mejor, veremos a continuación qué es la esclerosis múltiple, cuáles síntomas y signos tiene, cómo se diagnostica, qué tipos hay y qué tratamientos son los principales o más efectivos.
La Esclerosis Múltiple (EM) es una enfermedad progresiva del sistema nervioso central (SNC) que suele iniciar en la adultez temprana. Debido a que afecta de manera crónica dicho sistema, la EM se considera una enfermedad neurológica degenerativa.
Aunque las causas definitivas (su etiología) son desconocidas, se sabe que la esclerosis ocurre por un proceso de reducción de la sustancia que cubre los axones neuronales y que es fundamental para producir el impulso nervioso.
Dicha sustancia se llama “mielina”, por lo que su proceso de disminución se conoce como “desmielinización”. En el caso de la EM, la desmielinización ocurre en zonas específicas del cerebro y de la médula espinal, y está provocada por el propio sistema inmunológico.
Por lo mismo, la esclerosis múltiple se considera también una enfermedad de naturaleza autoinmune. Y como consecuencia del daño en los axones, se presentan signos y síntomas de tipo neurológico con alta probabilidad de ser incapacitantes.
Entre los factores de riesgo que se han detectado y que se siguen estudiando para determinar las causas, se encuentra la susceptibilidad genética, anomalías del sistema inmunológico, y elementos ambientales como el tabaquismo o las toxinas dietéticas.
Así mismo se ha relacionado con deficiencia de vitamina D y con el desarrollo de infecciones virales. Es además diagnosticada con mayor frecuencia en mujeres y en la zona de Estados Unidos, Canadá y Europa Central, aunque su prevalencia ha aumentado en otras regiones.
¿Qué signos y síntomas tiene?
En el lenguaje médico, los “síntomas” son fenómenos que ponen de manifiesto una alteración del organismo. Se reportan por quien está experimentando dicha alteración. Por su parte, los “signos” son los indicios que se obtienen solo por medio de la observación y los exámenes médicos. En conjunto se llaman “manifestaciones” y son indicadores de la existencia de una enfermedad.
Los síntomas de la esclerosis múltiple varían de acuerdo con el tipo de EM, la severidad y el curso específico, así que no necesariamente una misma persona presenta todos ellos. Los principales síntomas incluyen los siguientes:
Fatiga excesiva y limitante; lo cual presentan el 80% de las personas con EM.
Adormecimiento o cosquilleo en las extremidades (brazos y piernas).
Espasticidad, es decir, sentir rigidez constante especialmente en las piernas.
Cansancio, provocado por la degeneración de los músculos o los nervios que los controlan.
Dificultad para caminar, lo que puede trabajarse con terapia física y asistencial.
Mareos, es decir, sentir desequilibrio y aturdimiento, y de manera mucho menos frecuente se presentan vértigos.
Afectación de la respuesta sexual.
Dolor, aproximadamente el 55% de las personas tiene dolor clínico significativo, y a veces dolor crónico.
Cambios emocionales, especialmente generados por la experiencia psicológica de la enfermedad, pero también por los cambios neurológicos e inmunológicos.
Relacionado con lo anterior, uno de los síntomas o consecuencias de la EM puede ser la depresión clínica.
Cambios cognitivos, que son presentados por alrededor del 50% de las personas con EM, en habilidades como retener información, organización de pensamiento, la atención y la percepción.
Problemas intestinales y de la vejiga, relacionados con pérdida de control visceral. Esto puede manejarse mediante la dieta, la hidratación, la actividad física y la medicación.
Problemas visuales, que es uno de los primeros síntomas que presentan las personas con EM. Incluyen visión borrosa y dolor en el movimiento de los ojos.
Por su parte, los principales signos de la esclerosis múltiple son la desmielinización en distintas partes del cerebro y de la médula espinal, así como la presencia de inflamaciones en el SNC.
Esto último puede detectarse por medio de algunas pruebas y evaluaciones médicas que veremos en lo que sigue de este texto.
Al tener una causa desconocida, la esclerosis múltiple se diagnostica fundamentalmente por medio de la observación clínica de signos y síntomas. Es decir, no existe una prueba que en sí misma determine si se trata o no de EM.
Desde 1954 han sido muchos los especialistas que han desarrollado criterios clínicos para facilitar su diagnóstico. Pero fue hasta el 2001 cuando un grupo de expertos en neurología, dirigidos por el médico británico Ian McDonald, describieron la escala más utilizada para determinar si alguien tiene o no tiene EM.
La escala McDonald se revisó en el 2017 y se determinó que para su diagnóstico es necesaria la observación de un médico con experiencia en EM, así como la aplicación de distintas pruebas.
Entre estas se encuentran la resonancia magnética (para detectar placas de desmielinización), el análisis de líquido cefalorraquídeo, los potenciales evocados visuales, y la técnica de isoelectroenfoque (para detectar bandas oligoclonales - bandas de proteína vinculadas a la inflamación del SNC).
Criterios diagnósticos de la escala McDonald
Según los criterios diagnósticos de la escala McDonald, expuestos por la Fundación GAEM, para el diagnóstico de esclerosis múltiple se revisan cuatro principales criterios: la existencia de bandas oligoclonales; los tipos de lesión; el lugar donde han ocurrido las lesiones; y finalmente, que los síntomas no puedan explicarse mejor por otro diagnóstico.
Además, se toma en consideración si ha habido un proceso de “diseminación en el espacio”, es decir, una dispersión del daño en el SNC. O bien, si ha habido un proceso de “diseminación en el tiempo”, es decir, daños en el mismo lugar pero en distintos momentos durante el desarrollo de la enfermedad.
Ambos tipos de diseminación pueden detectarse por medio de las pruebas que hemos descrito anteriormente. Así pues, para finalmente diagnosticar o descartar un caso de EM, el especialista debe tomar en consideración lo siguiente:
El número ataques o brotes clínicos (la aparición de síntomas o signos de disfunción neurológica); ya sea de inicio, de recaída o de exacerbación, corroborando que en el origen hay una inflamación o acción desmielinizante.
Los signos clínicos, es decir, la evidencia clínica observable de que existe una alteración inflamatoria y desmielinizante en los axones.
En caso necesario, aplicar alguna prueba para determinar si ha habido algún tipo de diseminación.
A muy grandes rasgos, cuando se presentan 2 brotes clínicos con 2 signos clínicos no es necesaria una prueba diagnóstica de diseminación, ya que se corrobora automáticamente la esclerosis múltiple.
Por lo lado, si hay 2 brotes y 1 signo clínico sí se requiere una prueba de diseminación, específicamente de diseminación en el espacio. Si es al contrario, se requiere prueba una de diseminación en tiempo.
Finalmente, si el número de brotes y signos es de 1, se quieren pruebas de diseminación tanto en tiempo como espacio. Todo lo anterior puede determinar tanto el tipo específico de EM como el pronóstico y el tratamiento.
De acuerdo con la Sociedad Nacional de Esclerosis Múltiple (National Multiple Sclerosis Society), existen cuatro principales tipos de esclerosis múltiple: síndrome clínico aislado, EM recurrente-remitente, EM progresiva secundaria y EM progresiva primaria.
Por su parte, la asociación Esclerosis Múltiple de España reconoce un tipo más: la forma progresiva recidivante. Veremos en qué consiste cada uno de ellos.
El síndrome clínico aislado es un primer episodio de los síntomas neurológicos cuyo origen es la inflamación del SNC y su desmielinización. Dura por lo menos 24 horas y el haberlo experimentado no necesariamente significa que la persona desarrollará esclerosis múltiple.
Para determinar esto es necesario pasar por las pruebas y los criterios de detección y evaluación médica correspondientes.
Se trata del tipo de EM más común, caracterizado por ataques de síntomas neurológicos imprevisibles. Pueden ser ataques nuevos o pueden ir en aumento, y suelen durar varios días hasta desaparecer.
La vuelta de los ataques se conocen también como “recaídas” o “exacerbaciones” y pueden seguirse de un periodo de recuperación parcial o completa. A este último se le conoce como remisión.
Afecta a más del 80% de las personas con esclerosis múltiple y puede iniciar con una fase asintomática, aunque el proceso de lesión del SNC ya esté ocurriendo.
La forma progresiva secundaria de la esclerosis múltiple se caracteriza por un curso inicial de recaídas y remisiones. De hecho, se trata de un tipo de EM que es comúnmente la fase siguiente del tipo recurrente-remitente.
Con el tiempo puede provocar mayor deterioro de la función neurológica. Puede ser de tipo activo o no activo (con recaídas o sin recaídas), o bien, con progresión o sin progresión (con empeoramiento o sin este).
El estudio del profesor en neurología Alan J. Thompson afirma que un 15% de las personas con esclerosis múltiple tienen un curso caracterizado por una progresión gradual desde el comienzo.
A diferencia de la EMRR, la EMPP no incluye periodos de remisión y tampoco incluye brotes agudos definidos. Su inicio es lento, por lo que hay también fases de estabilidad ocasional y algunas mejoras momentáneas.
Se trata de un tipo de esclerosis similar a la forma progresiva primaria, aunque es menos común. También se caracteriza por una progresión continua de los síntomas desde que inicia la enfermedad.
La diferencia es que la EFPR incluye brotes agudos claros con, o sin, recuperación completa.
¿Existe un tratamiento?
Al ser una enfermedad crónica, no existe una cura definitiva para revertir la esclerosis múltiple. Lo que tenemos son distintas opciones tanto farmacológicas como de rehabilitación y complementarias para detener el progreso de la enfermedad y aumentar la esperanza de vida o bien para aliviar los síntomas parcialmente que provoca.
Describiremos a continuación en qué consiste cada uno de ellos:
El tratamiento farmacológico puede ser preventivo (modificador de la enfermedad); sintomático; o bien, puede ser específicamente para tratar el brote. En el primer caso, los medicamentos están destinados a disminuir la frecuencia de los ataques y su intensidad.
No obstante, los efectos adversos de los fármacos son poco predecibles y no reducen la discapacidad generada por la esclerosis. Por lo mismo es importante tomar decisiones en consenso con los especialistas después de haber hecho un diagnóstico preciso.
Por otro lado, los tratamientos dirigidos a reducir la intensidad de los síntomas incluyen fármacos especiales para la fatiga, para tratar la espasticidad, para mejorar la capacidad de marcha, para disminuir el dolor neuropático, para regular el déficit cognitivo, y para controlar la disfunción vesical. Los brotes, por su parte, se tratan mediante corticosteroides, plasmaféresis e inmunoglobulina G intravenosa, principalmente.
El tratamiento farmacológico suele acompañarse de rehabilitación de distintos tipos, según los síntomas que se han generado y su severidad.
Esto incluye, por ejemplo, terapia psicológica y neuropsicológica para rehabilitación cognitiva; fisioterapia para rehabilitación física; terapia ocupacional para favorecer independencia; logoterapia para prevenir patologías del lenguaje y la comunicación, entre otras.
Aparte de los fármacos y las terapias de rehabilitación, es muy común el uso de medicinas alternativas y estrategias complementarias. Entre estas últimas se encuentra una dieta adecuada, realizar ejercicio diariamente, utilizar técnicas de manejo de estrés y procurar una red de apoyo sólida.
En cuanto a la medicina alternativa, son muy populares la acupuntura y la medicina tradicional china, que incluyen estimulaciones específicas en distintas partes del cuerpo para favorecer el flujo de energía.
Según algunos estudios, la acupuntura ha mostrado resultados en algunos síntomas de la esclerosis múltiple, como la fatiga, el dolor, los cambios de humor y mejorar la calidad de vida, pero no ha habido hallazgos estadísticamente significativos sobre la reducción de estos (ni de otros) síntomas.
Dado que la medicina alternativa ha comenzado a utilizarse hace relativamente poco en gran parte cultura occidental, en la actualidad estas terapias cuentan con escaso respaldo de parte de los especialistas en medicina alópata. Por lo mismo siempre es recomendable tomar decisiones en consenso sobre los tratamientos más adecuados para cada caso.
Referencias bibliográficas:
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