El hígado es un órgano que se encuentra en la zona superior derecha del abdomen, justo debajo del diafragma, y se encarga de sintetizar proteínas, eliminar toxinas de nuestro cuerpo y producir elementos bioquímicos necesarios para la digestión.
Dada la importancia de sus funciones, cuando este órgano enferma puede suponer un riesgo importante para la salud de la persona. Este es el caso de la enfermedad hepática conocida como cirrosis. A lo largo de este artículo descubriremos qué es la cirrosis y cuáles son sus síntomas, causas y tratamientos.
La cirrosis es una afección en la que el hígado no funciona de manera adecuada, por lo que es considerada una enfermedad hepática. En ella se produce una sustitución del tejido hepático normal por tejido cicatricial.
Esta enfermedad no aparece de manera repentina, sino que se desarrolla lentamente a lo largo de meses o años. Al principio es posible que no existan síntomas que avisen de su existencia. Sin embargo, con el paso de los años la enfermedad empeora y la persona puede comenzar a experimentar síntomas como cansancio, coloración amarillenta de la piel o acumulación de líquido en el abdomen.
Si bien es cierto que una de las principales causas de la cirrosis es el alcoholismo, se requiere el consumo diario de más de dos o tres bebidas altamente alcohólicas durante varios años para que ocurra. Además, existen otras causas de cirrosis tales como la hepatitis B, la hepatitis C y la enfermedad del hígado graso no alcohólico.
El tratamiento de esta enfermedad dependerá de la causa subyacente que la provoca, siendo el objetivo principal la prevención del empeoramiento y las complicaciones. Aunque en las formas más leves de cirrosis la prohibición del alcohol y la terapia farmacológica suelen resultar efectivas, en la cirrosis severa puede ser necesario un trasplante de hígado.
Según los datos del año 2015, la cirrosis afectó aproximadamente a 2,8 millones de personas, provocando hasta 1,3 millones de muertes. A pesar de que tradicionalmente ha sido relacionada con la adicción al alcohol, de los datos anteriores solamente 348 mil casos de hepatitis fueron causados por el alcohol, mientras que la hepatitis C fue la causa de 326 mil casos y la hepatitis B causó 371 mil.
Tal y como comentábamos en el punto anterior, la cirrosis es una enfermedad progresiva y en sus primeras etapas no suele causar ningún síntoma. Sin embargo, a medida que el tejido cicatricial se acumula la capacidad del hígado para funcionar correctamente disminuye.
Es en este momento cuando comienzan a aparecer las primeras señales de la enfermedad. Entre los principales síntomas de la cirrosis se encuentran:
- Fatiga
- Sangrados y hematomas que aparecen con facilidad
- Picores
- Ictericia o coloración amarillenta de la piel
- Ascitis o acumulación de líquido en el abdomen
- Hinchazón en las piernas
- Pérdida de peso
- Formación de vasos sanguíneos en forma de araña en la piel
- Enrojecimiento de las palmas de las manos
- Atrofia testicular y agrandamiento de los senos en los hombres
Algunos de estos signos y síntomas pueden ser un producto directo del fallo en el funcionamiento de las células hepáticas o secundarios a la hipertensión secundaria resultante.
Existen una amplia gama de enfermedades y afecciones que pueden dañar el hígado y provocar esta enfermedad hepática. Sin embargo, las causas más comunes de la cirrosis incluyen el abuso de alcohol a largo plazo, las infecciones por hepatitis B y C, la enfermedad del hígado graso, el envenenamiento por metales tóxicos o enfermedades genéticas.
Las toxinas, incluidas las del alcohol, se descomponen en el hígado de manera natural. No obstante, si la cantidad de alcohol es demasiado alta el hígado puede experimentar una sobrecarga de trabajo, dañándose así las células hepáticas.
Las personas que beben alcohol de media-alta graduación de manera recurrente y a lo largo de los años tienen muchas más probabilidades de desarrollar cirrosis, en comparación con otras personas. Generalmente se necesita un consumo de alcohol excesivo durante más de 10 años para que aparezca la cirrosis.
La hepatitis C es una infección transmitida por la sangre que puede dañar el hígado y conducir al desarrollo de una cirrosis.
En cuanto a la hepatitis B crónica, el virus de la hepatitis B causa inflamación y lesión hepática que, sufrida durante varias décadas, puede provocar cirrosis.
También conocida como esteatohepatitis no alcohólica, en esta enfermedad se produce una acumulación de demasiada grasa en el hígado. Esta grasa provoca una inflamación y cicatrización que puede resultar en una cirrosis a largo plazo.
La enfermedad del hígado graso afecta con mayor frecuencia a personas con obesidad, diabetes mellitus, altos niveles de grasa en sangre o presión arterial alta.
Aunque las tres anteriores son consideradas como las principales causas de la cirrosis, existen otros factores o condiciones que pueden provocar también la aparición de esta enfermedad.
Algunas condiciones genéticas, como la hemocromatosis o la enfermedad de Wilson, la hepatitis autoinmune, el bloqueo de conductos biliares o el síndrome de Budd-Chiari, son algunas de las afecciones en las que puede aparecer una cirrosis.
El tratamiento de elección para la cirrosis depende de la causa que lo provoca y de la gravedad de la enfermedad, es decir, del alcance del daño hepático.
Entre los principales objetivos del tratamiento se encuentran la disminución de la progresión del tejido cicatricial en el hígado, la prevención y el tratamiento de los síntomas y complicaciones de la cirrosis. En caso de daño hepático severo puede que sea necesario el ingreso hospitalario e incluso un trasplante de hígado.
Cuando se trata de una cirrosis temprana, es posible que el único tratamiento necesario sea la intervención de la causa subyacente que lo provoca. Entre las principales opciones de tratamiento para cirrosis temprana se incluyen:
- Tratamiento de la adicción o dependencia al alcohol
- Pautas nutricionales para la pérdida de peso y el control del azúcar
- Terapia farmacológica para controlar la hepatitis
- Administración de medicamentos para aliviar los síntomas asociados a la cirrosis
Por otra parte, en los casos más avanzados o graves de cirrosis puede que sea necesario recurrir a un trasplante de hígado debido a que este deja de funcionar con normalidad.
Por lo general, los pacientes con cirrosis deben considerar esta opción cuando empiezan a aparecer algunos síntomas de esta enfermedad como ictericia, retención significativa de líquidos, encefalopatía hepática, disfunción renal o cáncer de hígado.
En un trasplante de hígado se reemplaza el hígado afectado por un órgano sano de un donante fallecido o con parte de un hígado de un donante vivo.