El maltrato infantil causa terribles consecuencias en los niños que lo sufren. Lejos de lo que muchas personas creen, es un hecho que sucede de manera habitual en todo el mundo. Este acto aberrante y humillante tiene graves repercusiones a nivel físico y psicológico que pueden condicionar significativamente la vida del pequeño.
A continuación explicaremos qué es exactamente el abuso infantil, qué tipos existen y cuáles son sus consecuencias a largo plazo, tanto a nivel emocional como físico. Para ello es importante mostrar cuáles son las conductas que se enmarcan dentro de este concepto.
El maltrato infantil es un tipo de abuso que se produce en menores de 18 años. La desatención y las agresiones tanto físicas como verbales, así como el abuso íntimo la explotación laboral, son conductas asociadas al abuso infantil.
Estas conductas causan en el niño daños físicos y psicológicos, comprometiendo su desarrollo y su bienestar. Más allá de lo que se pueda pensar, muchas formas de castigo suponen un tipo de abuso infantil, pese a que estén socialmente normalizadas y se produzcan en el hogar.
Por ello es importante reconocer estos comportamientos e intentar evitarlos para promover el correcto desarrollo tanto físico como emocional del infante. Se debe recordar que los niños son seres en formación y que conductas de agresión, desatención o explotación pueden ser vividas como traumáticas y tener repercusiones a lo largo de la vida.
Existen diferentes tipos de abuso infantil en función del tipo de conductas que el adulto emita para con el niño. Como es de esperar, cada tipo de abuso infantil puede tener consecuencias distintas y de gravedad variable en el desarrollo del menor.
Entre las consecuencias más habituales de los maltratos podemos destacar la baja autoestima, la dependencia emocional y el estado de ánimo depresivo, que se asocian a cualquier tipo de abuso.
El abuso físico es el que se ejerce mediante conductas que producen lesiones físicas en el niño. De este modo, desde algo aparentemente tan “normal” como un empujón o una cachetada, hasta palizas, puñetazos, quemaduras o patadas son claramente maltrato físico.
El fin con el que se lleven a cabo estos comportamientos no es justificación para considerarlo o no abuso infantil. De esta forma cualquier conducta de este tipo, ya sea de manera más o menos voluntaria o con intención o no de dañar al menor, es gravemente hiriente para el niño y por lo tanto es abuso infantil.
Moratones, heridas o lesiones óseas son indicadores de que algo le está sucediendo al menor. En ocasiones la hiperactividad del pequeño puede llevar a graves lesiones físicas a causa de accidentes. En los centros de salud es habitual llevar un protocolo con el fin de identificar o descartar un posible abuso infantil.
Se puede considerar abuso psicológico aquel que, mediante conductas casi siempre verbales, incide de manera directa y negativa el autoconcepto del niño. Así, el adulto resta importancia a las necesidades psicológicas y emocionales del menor, o emite comentarios que merman su autoestima tales como críticas constantes o amenazas.
Este tipo de abuso infantil es más común de lo que parece: existen familias que adoptan roles defensivos en los que hacer daño al otro es una forma de protegerse o de ganar puntos en la jerarquía familiar.
El problema es que atentar contra los más pequeños, ya sea por omisión o por comisión, genera terror, desesperanza, impotencia y baja autoestima en una persona que todavía no tiene las herramientas necesarias para gestionarlo.
El abuso íntimo es el tipo de maltrato infantil más devastador para el menor, ya que provoca niveles muy elevados de estrés y malestar. Suele ser llevado a cabo por miembros de la familia, lo que lo hace aún más traumático si cabe.
Los niños hasta cierta edad no consideran en sus mentes estas conductas ya que su organismo aún no está preparado para llevarlas a cabo.
No obstante, en el abuso íntimo infantil, el adulto expone al menor a este tipo de conductas, desde la visualización de imágenes o vídeos ínitmos, los tocamientos o los desnudos con connotación erótica hasta, en el caso más extremo, la violación.
Este tipo de abuso tiene repercusiones emocionales y psicológicas muy graves, siendo precursor de trastornos como el trastorno disociativo de la personalidad y el trastorno por estrés postraumático, además de conllevar con frecuencia un daño físico terrible.
4. Negligencias en el cuidado
En el caso de las negligencias en el cuidado, también consideradas un tipo de abuso infantil, las conductas que se emiten son algo distintas a las comentadas anteriormente. En este caso el problema es claramente de omisión: el adulto no lleva a cabo sus responsabilidades como cuidador, y por ende el niño no ve satisfechas sus necesidades básicas.
En la falta de atención hacia el menor reside el problema; conductas como olvidar (o no querer o poder) proporcionar comida al niño, vivir en un entorno hostil y sucio, no tener un hogar ni un lugar donde asearse o carecer de ropa adecuada para las condiciones climáticas del momento son claras conductas de negligencia.
Además de la negligencia relacionada con los cuidados físicos, existe la negligencia emocional, común entre padres que vuelcan su vida en lo profesional o no tienen herramientas para expresar sus emociones. En este caso el pequeño siente una falta de calor, de cariño y de atención que hace que se sienta desamparado y falto de amor.
Los niños tienen una gran dependencia de sus cuidadores adultos, tanto desde un punto de vista emocional como en lo que respecta a los cuidados básicos. Esto es así porque nuestra especie tiene un proceso de desarrollo y maduración más elaborado, y a la vez más lento, que otras muchas especies de mamíferos.
El problema yace cuando estas necesidades tanto físicas como emocionales no se cubren, se vulneran o se emiten conductas totalmente inadecuadas y desproporcionadas. Todos los tipos de abuso comentados anteriormente provocan consecuencias como la sensación de desamparo, incomprensión y soledad por parte del menor.
Tanto el abuso físico como el íntimo pueden condicionar de una manera colosal la forma en la que esa persona se relaciona con sus iguales en la edad adulta. Por un lado, el adulto que ha sufrido maltrato físico de pequeño puede reproducir estas conductas en sus hijos o sus familiares más allegados, pasando del rol de víctima al de verdugo.
Por otro lado se almacenan rabia, ira y frustración a causa de la incomprensión de estos actos. Esto puede llevar al niño, y al futuro adulto, a caer en el pensamiento de que algo hace mal y ese es su castigo, mermando así su autoestima y creando una persona insegura, temerosa e insatisfecha con ella misma.
Además, el malestar emocional puede traducirse en conductas de riesgo por parte del abusado. El consumo de drogas o de alcohol con el fin de olvidar o aliviar el dolor que ese maltrato le produce o le ha producido. El abuso de sustancias tóxicas se relaciona también con la incapacidad de relacionarse con los demás de forma normal.
El caso del abuso íntimo infantil es algo más delicado. Según diversas investigaciones, tras la primera experiencia de abuso el menor parece no mostrar consecuencias emocionales, pero posteriormente, y en la mayoría de casos, se presentan los efectos latentes del abuso (Kendall-Tackett et al., 1993).
Estos efectos pueden derivar en un trastorno por estrés postraumático, ansiedad elevada, baja autoestima, depresión e incluso trastorno disociativo de la personalidad. En algunos casos se producen autolesiones y, en casos extremos, suicidios consumados.
También son muy relevantes los problemas de relación entre el niño y su familia, así como entre éste y sus posibles parejas en etapas posteriores de la vida.
La negligencia o el abandono pueden producir en el niño desnutrición y desatención médica. La desnutrición infantil tiene graves repercusiones en el desarrollo físico del pequeño, como retrasos en el crecimiento y en el desarrollo de las funciones psicomotoras.
Además, la falta de algunas vitaminas influye en el desarrollo de las funciones cognitivas, lo que puede condicionar el desarrollo de las habilidades intelectuales y la comprensión del menor, así como generar irritabilidad y bajo estado de ánimo.
La falta de cuidados básicos también afecta al sistema inmunológico, siendo comunes las enfermedades en los pequeños que sufren negligencia. Cuando estas patologías son desatendidas o se convierten en más graves, la desatención médica puede llevar a la muerte.
Por otro lado, el abuso físico infantil puede llevar a traumatismos craneoencefálicos que resulten fatales para el menor, en especial cuando el maltrato se produce en bebés o en niños de corta edad. Además, las lesiones que el abuso inflige en los genitales de los pequeños puede tener consecuencias a largo plazo.
Kendall-Tackett, K. A., Meyer Williams, L. & Finkelhor, D. (1993). Impact of sexual abuse on children: A review and synthesis of recent empirical studies. Psychological Bulletin, 113(1): 164-180
Pereda Beltran, N. (2009). Consecuencias psicológicas iniciales del abuso sexual infantil. Papeles del Psicólogo, 30(2): 135-144.